Como todos los años, se llevó a cabo en el Colegio, el Concurso de Cuentos de 1° y 2° de Liceo. Confiamos que disfrutarán leyendo el primer premio "Juan Andrés Vandergreuer", de Valentina Mailhos. 

 

El segundo y tercer premio fueron para Milagros Muró y Manuela Sanguinetti respectivamente

 

 

JUAN ANDRÉS VANDERGRUER

 

En primer año de liceo, cuando cumplí doce, mis padres nos sorprendieron a mi hermana Candelaria y a mí, con un viaje a San Carlos de Bariloche. El viaje en auto fue largo pero entretenido, escuchamos música y charlamos. El hotel era nuevo, moderno y funcional. Se llamaba Alma del Lago porque estaba sobre el lago Nahuel Huapi. Tenía piscina, spa, gimnasio y un gran restaurante con comidas mediterráneo-patagónicas. Luego de desempacar, cenamos pierna de capón con papas y de postre bombones de almendras y avellanas junto a la gran estufa de leña.

 

Las habitaciones eran espaciosas y cómodas, yo dormí con mi hermana y mis padres durmieron en la habitación de al lado. A la mañana siguiente debíamos despertarnos temprano, aunque nos acostamos tarde, para subir al Cerro Catedral a esquiar.

 

Cuando me levanté mi hermana ya se había ido, me vestí y fui a la habitación de mis padres, que tampoco estaban por lo que supuse que todos habían bajado a desayunar. Salí al pasillo, llamé al ascensor y en el preciso instante que se estaban cerrando las puertas escuché un grito desgarrador: “¡Ayúdame, por favor. Me tienen cautiva!”. Se me heló la sangre y alcancé a ver la figura de una chica de mi edad, morocha, de tez clara, de ojos marrones, algo robusta que lloraba desconsoladamente y estiraba sus manos hacia mí hasta que las puertas se cerraron definitivamente.

 

Intenté parar el ascensor y no pude. El corazón me latía velozmente. Al llegar al lobby corrí en busca de mis padres y los encontré desayunando tranquilamente. No podía hablar, estaba muy asustada y me puse a llorar. Mis padres me tranquilizaron y les conté lo sucedido. Al principio no me creyeron pero ante mi desconsuelo y mi insistencia acordaron hablar con el gerente del hotel.

 

Fuimos hablar con el Sr. Vargas, el botones, que nos llevó con el Sr. Arrieta, gerente del hotel. El Sr. Arrieta era alto, delgado, con cara “de pocos amigos”. Le conté mi historia. Se mostró sorprendido, y no me creyó en lo absoluto, pero aceptó fijarse en las cámaras. Lo seguimos al cuarto de cámaras y nos sentamos a observarlas. Me sentí intranquila y temerosa de tener que repasar los últimos acontecimientos pero deseosa de enseñarles “a la chica que necesitaba ayuda”. Con gran nerviosismo observé en la filmación cómo salía del cuarto, mí recorrido por el pasillo, cómo se abría y se cerraba el ascensor pero no había ninguna chica pidiendo ayuda. Otra vez me puse a llorar y corrí a abrazar a mi madre. Mi padre le pidió disculpas al Sr. Arrieta y nos fuimos.

 

Al principio pensé que tal vez había sido un sueño, que no estaba del todo despierta o que simplemente me lo imaginé. Decidí olvidarme del tema y disfrutar mis vacaciones. El resto del día esquiamos en la ladera del Tronador, almorzamos ciervo al ajillo con hongos, esquiamos nuevamente y a la noche cenamos empanadas de pollo y choclo, con pastel de chocolate.

 

Nos acostamos agotados y a eso de las cuatro de la mañana, sentí un golpe seco. Abrí los ojos y a dos centímetros de mi cara, acostada junto a mí, en la cama, estaba la chica. Intenté gritar pero no pude. Ella me miró fijamente y de pronto, empezó a llorar muy despacio: “tengo frío, tengo hambre, tengo miedo, quiero ir con mi familia. Ayúdame”. Nos miramos fijamente a los ojos unos momentos y salté despavorida a la cama de mi hermana, cayendo sobre ella, que se despertó sobresaltada.  Prendí la luz y no había nadie. Le conté lo sucedido y se enojó aún más y no me permitió acostarme con ella. No pude dormir el resto de la noche porque cada crujido y sombra me hacían prender la luz inmediatamente, ganándome las burlas y el mal humor de mí hermana.

 

Durante el desayuno Candelaria les contó lo sucedido a mis padres, que se preocuparon por mí y me llevaron a la enfermería pero el doctor me encontró bien. Fuimos a esquiar al Cerro Catedral y nos subimos en las aéreo sillas. Almorzamos  buñuelos de trucha, arrollado de salmón y de postre fondue de chocolate y frutos del bosque.

 

Al llegar al hotel, me quedé en el lobby para conectarme en la computadora con mis amigas mientras mi familia subía a darse un baño. A los veinte minutos, mi madre me llamó para que subiera. Con gran pereza, subí a darme una ducha. Apenas llegué al cuarto y abrí la puerta la vi, la vi vestida de blanco, la vi llorando, la vi como el primer día en el ascensor, la vi otra vez... Estaba parada en el medio de la habitación y se acercaba a mí rápidamente diciendo: “Ayúdame, estoy aquí, estoy en la habitación de al lado. Ayúdame”. Sin dudarlo, me di media vuelta y salí corriendo.

 

Salí tan apurada que tropecé con la señora del aseo, desparramando todas sus pertenencias, y cayéndome al piso, pero contenta de encontrarme con alguien. Las dos nos pedimos disculpas al mismo tiempo y la ayudé a levantar sus cosas. Cuando tomé sus llaves, sentí la voz de la chica en mi cabeza “estoy al lado, ayúdame” y sin que se diera cuenta, las guardé en mi bolsillo. Nadie creía mi historia pero yo tenía que saber la verdad. Sin decir una palabra bajé a cenar con mi familia.

 

Durante la noche me levanté, me vestí y salí a investigar. La habitación de al lado sólo podía ser la de la derecha, la 106, ya que la de la izquierda era la de mis padres. Tomé las llaves y cautelosamente probé la cerradura hasta que se abrió. Entré sigilosamente, no escuchaba ni veía nada. Me quedé en silencio unos minutos y luego sin saber lo que podría encontrar, encendí la luz. El cuarto estaba vacío, todo limpio y las camas hechas. Ya estaba yéndome cuando escuché unos golpes suaves. Me quedé quieta y traté de seguir el sonido. Había una puerta que comunicaba a otra habitación. Usé las llaves y la abrí. Cuando lo hice, no podía creer lo que estaba viendo, sentado sobre una cama había un niño de unos ocho años, rubio y de ojo azules, muy demacrado y lloroso. Le hice señas con el dedo que no hiciera ruido y que viniera conmigo. El estaba atado y no podía moverse. Lo ayudé a desatarse y a levantarse y me abrazó fuertemente.  En ese preciso instante, la puerta de la habitación se abrió violentamente y un hombre entró en el cuarto. El niño y yo gritamos de miedo. El hombre se encandiló con la luz unos segundos y nos dio tiempo para escapar por la puerta de comunicación y cerrarla con llave. Sin mirar atrás, salimos de la habitación 106 y corrimos a mi habitación. Sentíamos voces y pisadas en el pasillo buscándonos. Estaba muy asustada, por suerte Catalina no se despertó y el niño no volvió a gritar, aunque lloraba de miedo.

 

Nos quedamos sentados en la oscuridad, tomados de la mano hasta que amaneció. Cuando salió el sol el niño me contó que se llamaba Juan Andrés Vandergruer, que había tenido frío, hambre, miedo y que quería ir con su familia, que unos hombres malos lo habían sacado de su casa y que lo ayudara a volver. Le pregunté si tenía una hermana, para ver si conocía a “la chica”, y me dijo que no. Cuando Catalina se despertó le contamos lo sucedido, llamamos a nuestros padres y vino la policía.

 

Juan Andrés volvió con su familia, lo habían secuestrado hacía siete días y habían pedido una gran recompensa. De los secuestradores no se supo nada más pero la policía encontró huellas, y estaban investigando.  

 

Yo no podía olvidarme de la chica… ¿quién era? Se me ocurrió entonces preguntarle al Sr. Vargas, el botones, que era la persona más vieja del hotel. Él me contó una extraña historia sobre una niña de doce años, que fue también secuestrada en 1920 y que lamentablemente fue asesinada por los secuestradores, aunque su familia pagó el rescate. Fue encontrada enterrada en donde hoy se desarrolla el hotel y se llamaba Catalina, como yo. Para confirmar su historia me llevó a la recepción y me mostró una pequeña fotografía en blanco y negro de ella. Y se me heló el corazón, ¡ella era la chica que se me apareció en las tres ocasiones!

 

¿Qué pasará ahora con Catalina? ¿Continuaría apareciéndoseme? ¿Necesitará algo más de mí? ¿Estaremos para siempre unidas? ¿Será mientras tenga doce años? ¿Sólo yo puedo verla? ¿Únicamente la podré ver cuando esté en el hotel? ¿Sólo cuando un niño sea secuestrado? ¡Es algo que sólo el tiempo lo dirá y debo aprender a vivir con ello...! Pero siempre que apago la luz tengo la sensación de que no estoy sola... 

Valentina Mailhos 

1° de Liceo